Estados Unidos: Historia política, económica y social de Richard Nixon a la primer presidencia de George W. Bush

Estados Unidos: Crisis hegemónica, institucional, evolución de patrones de acumulación, y “gran represión”  de la Grande Armée a la Armada Inservible.Recorrido histórico sobre Estados Unidos. Crisis hegemónica, institucional, evolución de patrones de acumulación. Desde la presidencia de Richard Nixon hasta la primer presidencia de George W. Bush.
Por Gabriel Martin

Richard Nixon llegó a la presidencia pronunciándose por la paz, pero para 1969 mantenía casi medio millón de soldados en Vietnam a la par que reforzaba los bombardeos. La crisis institucional y política de Estados Unidos, a decir de Huberman y Sweezy, “proviene directamente del colapso del régimen de Saigón”. La guerra se perdía en el frente interno y en medio de la escalada de protestas sociales se desvaneció el consenso sobre la guerra y a fines del ’69 comenzó la retirada de Vietnam.
La década de 1970 se inició en EE.UU. con una economía en recesión, mientras que Washington perdía parte de su peso en los organismos nacidos en el acuerdo de Bretton Woods (FMI, BM, GATT-OMC y la banca regional) y la carrera armamentista erosionaba la economía de Estados Unidos. Los países que recibieron el Plan Marshall instalaron plantas de producción cualitativamente mejores que las de EE.UU. que no se reindustrializó ya que la inversión fue hacia el complejo militar-industrial que aseguraba tasas de ganancias más altas.
Previo a la crisis que provocó la OPEP en 1973, las columnas que sostenían al modelo de “empresa de posguerra” comenzaban a resquebrajarse: Alemania y Japón eran serios contrincantes económicos de Estados Unidos, que drenaba sus recursos económicos hacia el sector militar, el cual dinamizaba parte de la economía, pero retrazaba la inversión productiva, aunque el descubrimiento por Intel, en 1971, del microchip fabricado con silicona y arena (recurso barato e ilimitado) jugaría un papel clave en la productividad una década más tarde.
El modelo económico expansivo keynesiano se aproximaba a su fin y el Estado de Bienestar comenzó a desmoronarse. La crisis por excedente de producción para 1973 generó una pendiente en la tasa de ganancia. La Casa Blanca, buscó revertir la situación recomponiendo la “empresa de posguerra”: congeló los precios y los salarios con obligatoriedad de horas extras laborales, pero esto junto a la devaluación del dólar profundizó aún más la crisis.
También el capital había encontrado más seguro y redituable colocar divisas en el exterior, en forma de préstamos, perfilándose al sector financiero, ya que la sobreproducción –eje de la crisis de la década- no encontraba respuestas en el “círculo virtuoso” que bautizara John Keynes.
De los primeros años de los setenta provienen las disparadas de las deudas externas de los países subdesarrollados. El capital se había lanzado a una ofensiva general, y por todos los métodos propiciaba golpes de Estado en Latinoamérica.
Con la economía estancada en su crecimiento, sumada a la creciente inflación, las grandes corporaciones monopólicas necesitaban recrear el Ejército de Reserva, aumentando el desempleo para presionar los salarios a la baja. Las clases bajas veían al mismo tiempo al Estado que reducía el gasto en seguridad social, mientras que por arriba la burocracia sindical seguía obedientemente los lineamientos gubernamentales y buscaban sostener el pacto capital-sindical de la posguerra, para asegurar sus privilegios entregando a cambio un compromiso de mayor productividad, y el compromiso de evitar cualquier intento de huelga.
Los trabajadores vieron como se deterioraban sus condiciones laborales junto con la inacción de los sindicatos que desactivaban cualquier reacción de la clase obrera. El movimiento obrero, que estaba en la etapa de fragmentación, ya había perdido sus aristas más radicalizadas a causa de la “purga” macartista. No obstante, el consenso pactado “por arriba” sería jaqueado por el sindicalismo de base, que ante los intentos del brutal aumento de la productividad por parte de los capitalistas “incrementó su resistencia al modelo de crecimiento implementado desde la posguerra”[1], cuestionando la inacción de la desprestigiada AFL-CIO que se atrincheraba para mantener sus miembros como sindicato empresarial. La respuesta de los trabajadores, especialmente negros, fueron las “huelgas salvajes” y espontáneas, contra las exigencias del capital.
Vietnam había dividido profundamente a la sociedad entre quienes se oponían, con mayor o menor conciencia, a la política imperialista, y aquellos que apoyaban las decisiones del gobierno. Christian Appy[2] llamó a la guerra de Vietnam una guerra de clases, reflejando claramente la división de la sociedad en torno al tema: las clases medias-altas, de mayores ingresos y acceso a la educación superior, fueron las que menos participaron de la guerra pero los más fervientes opositores; mientras que “el 90% de los soldados en Vietnam era de la clase obrera o familias pobres” y el 80% sólo tenía educación secundaria. La clase media con educación superior tenía el conocimiento y los contactos para obtener exenciones al servicio militar.
Las clases bajas y obreras fueron estereotipadas como a favor de la intervención en Vietnam, aunque la realidad demostró que en todos los estratos sociales, empleados de servicios, oficinistas, obreros se oponían a la guerra en índices similares, pero se manipuló la situación explotando las diferencias de clases en un campo “estudiantes-burgueses vs. el pueblo obrero-hard hats”, la diferencia radicaba en que los obreros estaban contra las protestas. Por otra parte, la Nueva Izquierda no supo articular con los sindicatos disidentes una política de masas, y apenas pudo hacerlo con los más progresistas, como en el caso de la UE y la IUE (sindicatos de trabajadores del sector eléctrico) contra General Electrics, en 1969.
Howard Zinn afirma que a principios de los ’70, “el sistema parecía fuera de control” y sustenta esto con estudios que señalaban que “la confianza en el gobierno era baja en todos los sectores”, dando cuenta de la crisis institucional que vivía el Estado, y Nixon a su cabeza, en aquel momento. El 34% del electorado en 1974 se identificaba como “independiente”, sin adherir ni a demócratas ni a republicanos.
La relación capital-trabajo estaba en crisis, y los puentes entre el Estado y la ciudadanía temblaban, mientras que en plano internacional, EE.UU. tuvo su Waterloo en las selvas, aldeas y ciudades de Vietnam, y el mito de la armada invencible se había esfumado.
Tras la renuncia de Nixon, el indulto que le otorgara Gerald Ford no mejoró la imagen institucional sino todo lo contrario. Pese a que la dirigencia política, el establishment y los medios pretendieron apuntalar a Ford y Kissinger, como respuesta en pos de un nuevo consenso, y en lo económico se desataba la Gran Represión[3] político-económica con una estanflación[4] para disciplinar a los trabajadores y prepararlos para ajustes futuros.
Con el avance del escándalo del Watergate, el consenso social sobre la Casa Blanca estaba fracturado, y las investigaciones mostraron al pueblo estadounidense que la CIA y el FBI no era un concilio de beatos y no eran aspectos libertarios los que usaba el Estado para embarcarse en una guerra.
Pese a los esfuerzos por vender al público la “seguridad nacional” como una cuestión intrínsicamente ligada a los intereses de la sociedad y no sólo de la clase dominante, y la constante intromisión de la CIA operando con académicos docentes para propagar esta política, dos meses después de finalizada la guerra de Vietnam, apenas el 20% de los estadounidenses veía la caída de Saigón como algo peligroso para la “seguridad nacional”[5]. Analía Dorado[6] cita que durante la guerra, el gobierno estadounidense justificaba su intervención en Vietnam “en defensa del mundo libre” frente a la agresión del comunismo.
Para 1975, EE.UU. vio su  contexto internacional alterado por la derrota en Vietnam, ya que la retirada de los efectivos militares estadounidenses fue al mismo tiempo un avance de la URSS, y tras guerra de Yom Kippur de 1973[7], los países árabes se aproximaron a los soviéticos. Este hecho está relacionado con el golpe de la OPEP[8], cuando entre 1973 y 1974 aumenta el precio del crudo en un 400 %, impactando principalmente en  EE.UU. y en los países industrializados.
Al mismo tiempo, la expansión soviética sobre Africa sería otra alarma prendida en los pasillos de la Casa Blanca. En Angola y Mozambique se instauran gobierno revolucionarios que se definen pro-soviéticos y lo mismo acontecería tres años más tarde con el gobierno de Baharu Mengitsu en Etiopía, quien había iniciado una revolución en 1974.
En América Latina los movimientos nacionales atentaban contra los intereses de Washington. En Chile aconteció la inusitada llegada por la vía electoral de la izquierda al poder, con la asunción a la presidencia de Salvador Allende el 24 de octubre de 1970, quien dos años más tarde visitaría Cuba y la URSS, y en 1973 es derrocado y asesinado en el palacio presidencial, con la activa participación de la Casa Blanca, la Secretaría de Estado, la CIA y el Pentágono. Las guerrillas urbanas y rurales actuaban en Argentina, Uruguay, Brasil, Perú y Colombia, mientras que en el FSLN[9] (Frente Sandinista de Liberación Nacional) encabezaba el foco insurreccional en Centroamérica.
Este marco convulsionado implicó una sensible decadencia de la hegemonía estadounidense en el mundo, a decir del secretario de Defensa, James Schlesinger: “El mundo ya no ve a la fuerza militar de EE.UU. como algo imponente”.
Pese a que la renuncia de Nixon dejó “intactos todos los mecanismos y falsos valores que permitieron el escándalo de Watergate”[10], Carter intentó recomponer la situación de EE.UU. en el exterior como  la imagen y legitimidad del poder de la Casa Blanca, con una serie de reformas proclamadas como el “regreso a los valores norteamericanos”, apoyado por los medios de comunicación, y tomando a los derechos humanos como bandera para restaurar la imagen exterior, luego de los reveses que sufriera en las votaciones de la ONU en 1975-76, contra el bloqueo a Cuba y la autodeterminación de los pueblos, aludiendo a Puerto Rico.
Con las  políticas supuestamente favorables hacia los DD.HH., Carter logró en parte alcanzar el objetivo interno de cara a la sociedad estadounidense, y usarlo como punta de lanza contra la URSS, hasta que de la mano de Brezezinsky, en 1980, lo primordial pasó a ser la seguridad nacional, ante el temor del “efecto dominó” socialista. De todos modos, fue esta nueva cara “humanista” la que rearmó la legitimidad institucional, ya que en lo concreto, EE.UU. siguió atravesando un proceso inflacionario-recesivo.
En el plano internacional Carter no corrió la misma suerte: la invasión de la URSS sobre Afganistán dio por tierra con el tratado SALT II[11], y la crisis de 14 meses de los rehenes estadounidenses en Irán terminaría recién el día en que dejó la presidencia. Estados Unidos seguía siendo vulnerable a los ojos del mundo. En pleno “Síndrome de Vietnam”, la sociedad estadounidense no apoyaría una nueva intervención militar, se elaboró la teoría de la GBI[12] para socavar procesos revolucionarios, y creó el concepto de “Estados gendarmes” en distintas regiones.
Los retos más difíciles de Carter fueron combatir la creciente inflación y establecer un programa de energía para reducir la dependencia estadounidense del petróleo extranjero. La inflación trepó el 20% en 1980, y cuando el gobierno subió los tipos de interés para reducirla, el desempleo se convirtió en un grave problema.
La respuesta fue un nuevo patrón de acumulación en la llamada “Revolución Conservadora” que mundialmente encabezaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Sin alterar la posición del complejo militar-industrial, Reagan aplicó políticas para desmontar los resabios del New Deal y el Estado de Bienestar, reorientó el modelo hacia uno netamente financiero, impulsando la microtecnología, repliegue del Estado hacia los resortes más importantes, fuertes recortes del gasto social, concesiones impositivas a las empresas y aumento del gasto militar, a fines de recuperar la tasa de ganancia.
Reagan usaría la base de legitimidad recompuesta, relativamente, por Carter, para llevar adelante el nuevo modelo neoliberal, recuperar la cuestionada hegemonía internacional de Estados Unidos, y aplicar todo el peso para disciplinar a la sociedad, especialmente a la clase obrera que dejó de apoyar “la política agresiva de Estados Unidos ni con el pretexto de detener al comunismo”[13], por lo que Reagan se enfrentaba a la ruptura del consenso de la Guerra Fría.
Al cabo de una década, se pasaría del modelo productivo al financiero generado en gran parte por el endeudamiento sustentado por la propia moneda, la industria liviana migró a regiones del mundo más “explotables” con mano de obra mucho más barata, aunque la industria pesada quedó en el país. A diferencia del modelo anterior, donde el capital dependía del trabajo y de los recursos naturales, ahora el capital tenía mayor independencia por la evolución tecnológica y robótica, en cierto reemplazo del obrero, y una nueva organización del trabajo con el desplazamiento del fordismo por el toyotismo[14].
Los gastos sociales eran percibidos como un lastre[15] para el nuevo modelo reaganiano, que se caracterizó por una política impositiva regresiva, librando a las grandes corporaciones de impuestos o brindando “huecos” por donde escapar, un creciente espiral de endeudamiento y el vuelco de las ganancias hacia la especulación financiera en Wall Street o en préstamos a mejores tasas en el extranjero, en vez de renovar la capacidad industrial estadounidense. Al mismo tiempo, el Estado aplicaba una suerte de keynesianimo militar, elevando los presupuestos en Defensa año tras año, hacia un complejo militar-industrial que ya no era el multiplicador de la economía, como lo fuera en la posguerra, pero que aumentaba el déficit y recalentaba la economía.
Reagan y Thatcher, la revolución conservadora
El 4 de agosto de 1981 el Congreso aprobó una reducción impositiva que llegaba al 25 %, el déficit interno creció y se recurrió a la emisión monetaria para financiar la deuda, acelerando el proceso especulativo. Con un dólar sobrevaluado y elevadas tasas durante casi todo su gobierno, Reagan internacionalizó el financiamiento: ahora el ficticio valor del dólar requería un esfuerzo “socializado” para sostenerlo.
Mientras las empresas volcaban continuamente su masa monetaria a la especulación, el Estado continuaba financiando la carrera armamentista, con un presupuesto récord de 199.8 mil millones de dólares, que el Congreso aprobó en diciembre de 1981, manteniendo activo al complejo militar-industrial, y Reagan lanzó la “Guerra de las Galaxias” para justificar dicho gasto. El mercado de valores y la reconversión a la industria bélica ofrecían las más altas tasas de ganancia comparadas con la industria civil, lo que dio como resultado una creciente tendencia del desempleo. Producto de la desindustrialización y los golpes contra los sindicatos, el nivel de filiación obrera perdió 3 millones de trabajadores con Reagan.
Reagan además se hizo eco de las corporaciones, y la creciente masa de desempleados sufría recortes en la protección social del Estado, atacó el derecho a huelga,  presionó los salarios a la baja y se generaba una reinserción laboral macdonalizada, de una precariedad sin precedentes. La reestructuración económica y social hacia el sector servicios debilitó aún más a las organizaciones obreras, mientras que las protestas comenzaron a ser por identidad[16] y se disolvió la militancia de clase.
El hito que marcaría fin al del Estado de Bienestar y el inicio de proceso de cierto absolutismo capitalista pudo verse en el estallido del 3 de agosto de 1981: ante la caída en las condiciones laborales, exigencia de mayor productividad y retroceso de los salarios, 13 mil controladores aéreos entraron en huelga[17], con el solidario apoyo de otros sindicatos. La AFL-CIO participó de ella recurriendo a viejos militantes de  izquierda para reactivar los mecanismos combativos que hacía años habían abandonado.
Toda la gran burguesía estadounidense se había encolumnado detrás de la candidatura de Ronald Reagan, y este había actuado en consecuencia: El 5 de agosto, cumplió sus amenazas y despidió a 11.359 controladores aéreos quienes siguieron en paro. Reagan  impuso a la Administración Federal de Aviación una prohibición vitalicia para que los despedidos puedan volver a ser contratados, mientras que disolvió el sindicato y los aeropuertos fueron manejados por expertos militares. La victoria sobre la PATCO[18] dejó como saldo el repliegue de la AFL-CIO que no volvería a recurrir a lo que quedaba de la izquierda sindical para no arriesgar su posición, y un nuevo gobierno fortalecido.
Los recortes de Reagan en gastos sociales, redireccionándolos a la esfera militar, agravaron una política de aumento intencionado de la tasa de desempleo, resultando en una creciente pobreza. El sistema de seguridad social y salud fue debilitado, mientras que la nueva política hacia el medio ambiente estaba atada a un análisis costo-beneficio, siempre favorable para las empresas. La Agencia de Protección del Medio Ambiente sufrió un recorte presupuestario del 50 %.
El recorte fiscal de 1981 fue uno de los mayores de la historia de Estados Unidos, beneficiando explícitamente a las clases dominantes, con importantes reducciones impositivas para los grupos de mayores rentas, ensanchando el gap de la desigualdad entre los más ricos y los más pobres.
Con el Consenso de Washington se presionó a un país tras otro para que tomen deuda para la “modernización del Estado”, orientándose hacia la apertura económica y el inicio de procesos de privatización de empresas y recursos estatales, articulado bajo la supervisión del BM y el FMI.
En lo interno, durante los dos mandatos de Ronald Reagan crecieron en oleada las fusiones de empresas con escaso control antimonopólico, y la descapitalización de la banca hipotecaria fue ocultada hasta que dejó la Casa Blanca[19], se avanzó en la reconversión industrial hacia la energía, informática, comunicaciones y servicios, lo que implicó el cierre de fábricas, traslado a zonas favorables para el capital, especialmente en México, Brasil y el sudeste asiático, y con un fuerte ataque a las conquistas laborales.
El déficit comercial fue financiado por el ingreso de capitales en concepto de pago de deudas de la periferia, y el gobierno mantuvo una constante política de salvataje de bancos, desregulación del capital y apuntaló el complejo militar-industrial ligándolo a los sectores de la informática y comunicaciones. En lo económico, con Reagan se había creado una burbuja financiera producto de las constantes inyecciones monetarias, pero fue sólo una salida coyuntural de la crisis, no una solución definitiva.
Luego de las políticas sobre DD.HH. de Carter, la administración Reagan se ocupó de salidas democráticas hacia “gobiernos viables, que garanticen la cadena de pagos de deuda externa, ya que el proceso económico llevó a extender la crisis a la periferia, y que estos gobiernos sean permeables a la libre circulación de capitales.
Herida su hegemonía militar, Estados Unidos realizaba intervenciones encubiertas, especialmente de apoyo financiero, a las fuerzas contrarrevolucionarias, a lo que llamaban GBI, como hiciera en Nicaragua, Guatemala y El Salvador. Con esto el gobierno evitaba pagar los costos políticos de emprender una nueva guerra abierta luego del desastre de Indochina.
En la presidencia de Reagan, se guardó bajo el tapete el síndrome de Vietnam y “el mundo dejó de oír sobre experiencias de la gente de cualquier clase social que estuviera contra la guerra”[20]. Ante  cierta recomposición presidencial y debido a una serie de incidentes[21] que daban el causus beli para accionar, la administración Reagan se lanzó nuevamente en el campo militar, esta vez en intervenciones blietzkrieg, como el 25 de marzo de 1983 sobre Granada y el bombardeo a Libia el 14 de abril de 1986. Esto seguiría así con su sucesor George Bush (padre) y la intervención en Panamá con su correspondiente bombardeo para capturar a Noriega, hasta que en 1991 Washington aprovecha el conflicto del Golfo Pérsico y arrastra en una coalición a sus aliados, para recuperar Kuwait y replegar a las fuerzas iraquíes, aunque de todos modos, en este caso el Pentágono también optó por una operación relámpago, de corta duración.
Clinton redujo el gasto del Estado, pero no disminuyó la masa monetaria circulante ni la emisión, y elevó la tasa de interés alcanzando un superávit. La Reserva Federal desinfló lentamente la burbuja reaganiana variando la tasa de interés, aunque el modelo especulativo no sería atacado, como tampoco el capital concentrado. Desde Reagan a la fecha, la balanza comercial se mantuvo deficitaria y los presupuestos en Defensa en alza.
El modelo de acumulación que Clinton llevó adelante se centró también en el complejo militar-industrial, pero esta vez estimulando la inversión en informática, comunicaciones y servicios para el mercado interno.  También aceleró el proceso privatizador en la periferia, avanzó en la apertura de mercados y fortaleció el NAFTA facilitando el traslado de plantas, propiciando una correlación directa: “mientras el imperio crece, la economía se debilita”[22].
Clinton manejó la inserción militar en el mundo bajo el amparo de “guerra humanitaria”: en Bosnia, Somalía y Kosovo, el gendarme del mundo acudía en defensa de los desprotegidos, aunque en el conflicto de los Balcanes, el 20 de abril de 1999 se produjo el mayor bombardeo por parte de EE.UU. destruyendo escuelas y un hospital, y en 1998 Clinton autorizó el ataque en Sudán a una extraña planta de armas químicas que extrañamente fabricaba aspirinas.
Continuando la política de Reagan, de una “inestabilidad organizada”, la guerra de Kosovo en 1999 fue la oportunidad de Estados Unidos de ingresar nuevamente con las armas en Europa, provocando la reacción de Moscú, que acudió inmediatamente por ser la ex Yugoslavia parte de la esfera de influencia de la extinta URSS. En definitiva, tanto en lo exterior, con la escalada de agresividad del imperialismo, como en lo interno, con política fiscal regresiva y reconcentración de la riqueza, recorte de gasto público, aumento de Defensa y crecimiento del modelo especulativo, Clinton fue la continuidad de Reagan y Bush I.

Obreros: del sindicato a la base
La clase obrera estadounidense, luego de la Gran Represión, la depreciación de los salarios y el golpe asestado tras la huelga de los controladores aéreos, quedó en un marco de cuasi-inmovilidad. Junto a esto, en un breve lapso de tiempo, así como en los ’20 se descentralizaron las plantas por departamentos, gracias a las nuevas tecnologías, la producción de medios masivos fue transnacionalizada a diversos puntos del planeta, como nueva división internacional del trabajo, donde la explotación es más redituable para el capital, y ante un eventual paro en la planta de México, elevan el ritmo de producción en Taiwán o Corea del Sur, mientras que en EE.UU., se impusieron condiciones de contrato por empresa, a favor del capital.
En consecuencia, de los millones de obreros que perdieron sus trabajos en la reconversión industrial de los ’80, casi la mitad accedió a nuevos trabajos en condiciones de relación laboral más precaria y con salarios sensiblemente menores a cambio de una productividad mayor, sin un nivel de sindicatos capaces de responder a esta problemática. El período implicó un mayor tecnificación aplicada y los trabajadores incorporándose al sector  de servicios. El nivel de sindicalización fue cayendo drásticamente. Desde Reagan a la actualidad, todas las administraciones atacaron a las expresiones obreras.
Por último, la clase obrera sin representación política, dio muestras de estar sin representación concreta: se pronunció en parte de centro-izquierda y en menor medida socialista en la Marcha del Millón en octubre de 1995, y un año más tarde dispuesta a volcarse a la derecha, cuando la respuesta a sus reclamos fue encarnada por un candidato xenófobo como Pat Buchanan[23].
En 1996 saldría una posible respuesta con la conformación del Labor Party, pero este no se desvinculó de la burocracia empresarial de la AFL-CIO. El voto a Ross Perot en las presidenciales del ’92 incluyó el descontento de la clase obrera al bipartidismo, dejando latente la cuestión sobre si la legitimidad institucional había sido recuperada totalmente.
La respuesta de los trabajadores pareciera estar en su organización basista, como demostró en la huelga de la empresa de embutidos Hormel que duró casi un año,  pese a la derrota que le articuló el sindicalismo nacional, la empresa y el Estado. La victoria sobre Westinghouse, en Massachussets, que ante el traslado de la planta lograron que se sancionara que la empresa no se lleve las máquinas y se desarrolle un proyecto de autogestión obrera, podría ser un importante precedente. También, a medida que  avanzaba la transnacionalización de la burguesía, los obreros estadounidenses comenzaron a apoyar los reclamos de trabajadores mexicanos, el capital actuaba sin fronteras y “el NAFTA también produjo los primeros esbozos de una solidaridad de clase internacional”[24].

Nuevo modelo de acumulación, ¿nuevo Estado?
El proceso iniciado por Reagan fue un quiebre en la concepción de los patrones de acumulación, el cual fue continuado por las siguientes administraciones, con sus respectivas reformas adecuadas a la evolución tecnológica de cada contexto. Las últimas dos décadas perfilaron un modelo de acumulación especulativo con inversión en el desarrollo de en tecnología de avanzada con condiciones laborales precarias. El Estado no sólo ha correspondido a esta acumulación sino que la ha incentivado y se mostró permeable y dócil ante las burguesías dominantes.
No puede afirmarse el surgimiento de un nuevo Estado, en la concepción Negri-Hardt, entendido este como la institucionalización de la clase dominante, a decir de Marx. En todo caso el Estado fue cambiando sus características de  acuerdo a la burguesía predominante. Pero desde Reagan, el Estado giró alrededor del complejo militar-industrial, mayor endeudamiento, internacionalización de la crisis, especulación financiera y creciente agresividad imperialista junto al desarrollo de tecnología de avanzada.
Desde el surgimiento del complejo militar-industrial, la capacidad de la industria civil norteamericana fue deformándose y reestructurándose hacia la producción militar, básicamente porque el Estado jamás dejó de alentar a ese sector, visto que el único indicador ascendente constante de Estados Unidos ha sido el presupuesto en Defensa, y el nuevo Estado será marcado por el resultado de la disputa entre la industria informática y sectores financieros, versus al viejo complejo militar-industrial.
Hace tres décadas, los activos de las fuerzas armadas, calculó Vernon Dibble, triplicaba al conjunto de los valores de la US Steel, AT&T, Met-Life Insurance, General Motors y Standard Oil, con un personal 300% mayor que los de estas corporaciones juntas. Y el complejo siguió creciendo. Pero el complejo militar-industrial ha dado muestras que dejó de ser el multiplicador económico de posguerra, y su incidencia es cada vez más acotada: pese al desorbitante presupuesto militar de 420 mil millones aprobado para la administración Bush II, apenas incidió en el creciente desempleo, aunque garantiza la tasa de ganancia e incrementa el endeudamiento. Por la deformación de la economía, la Grande Armée pasó a ser la Armada Inservible.
La realidad innegable es que el capital vivió y vive un proceso de gran concentración por fusiones y diversificación de sus actividades, y que la velocidad de sus movimientos, en las últimas dos décadas, pasó a ser mayor que las determinaciones que pueda adoptar un Estado.
El capital es quien dicta los grandes lineamientos al oído del ocupante de la Casa Blanca.  Pero ¿qué diferencia hay entre los magnates del ferrocarril que en el s. XIX recurrían al ejército federal para limpiar el camino de indígenas, y Halliburton que requiere de la mayor fuerza bélica para proteger los campos petroleros iraquíes de los propios iraquíes? En todo caso cambió el rol del Estado, que efectivamente, se encuentra cada vez más al servicio del capital concentrado.
Uno de los postulados de Hardt y Negri es que el capital no tiene bandera, y como el capital no respeta fronteras, no tiene Estado. A esto, se le agregan los estudios de James Petras sobre la transnacionalización de las burguesías (aunque hay que marcar que Petras no comparte la idea de Imperio tal como la conciben Negri y Hardt) vivieron en las últimas décadas un proceso de transnacionalización, pero siempre bajo el dominio de burguesías de países centrales (al menos hasta ahora no hubo ninguna burguesía latinoamericana, africana o asiática –salvo Japón- ha logrado dominar a un par europeo o estadounidense). Y pese a que el capital no tiene bandera, curiosamente ante cualquier cimbronazo en los mercados corre a la Fed, para teñirse verde dólar, dando muestras de su virilidad.
El supuesto de Negri sobre la constitución del Imperio, en un mundo sin Estado-nación, pareciera más una bomba de estruendo “fukuyamista” que otra cosa. Las supraestructuras no nacieron del vientre de la globalización sino del poder de un selecto grupo de Estados. Y en esos Estado-nación más poderosos (EE.UU., Japón, UE) están las sedes centrales de las corporaciones que supuestamente son capitalistas nómades y apátridas, hacia donde fluyen los excedentes que apropiaron. La cuestión del supuesto reinado del absolutismo capitalista es que no existe una fuerza política supranacional y deben recurrir a los dispositivos de los Estado-nación (Ejecutivo, Parlamento, cuerpos diplomáticos, FF.AA., etc.), que a su vez mantienen sus fronteras y burguesías nacionales que siguen extrayendo plusvalías de proletariados nacionales. Si bien el capitalismo avanzó fuertemente en 1991 con la primer Guerra del Golfo, para 1995 entró en crisis el neoliberalismo produciendo una escalada de agresividad del imperialismo.
Ante las sucesivas crisis económicas (México, Rusia, sudeste asiático, Brasil, Turquía), los Estados centrales debieron acudir en socorro monetario para que siga respirando el modelo globalizador especulativo. Respecto a las nuevas tecnologías y el mundo globalizado de la autopista informática, dentro del propio imperio estadounidense del supuesto capital absolutista, tiene un marco comparativo concreto: en la cúspide de la burbuja financiera de las dotcom, el Nasdaq[25] apenas rozó el 9% del volumen del DJIA[26] según la agencia Bloomberg[27].
Si bien el mundo tripolar fue frenado en la primer guerra de Golfo Pérsico[28], donde Bush I buscó imponer la hegemonía militar al resto de las potencias económicas, la invasión a Irak por parte de Bush II demostró que el desarrollo de la UE fue concreto: ni Francia ni Alemania participaron de la aventura. Esto no debe confundirse con una fortaleza absoluta de Europa, ya que EE.UU. tiene aún la capacidad de movilizar a potencias de segundo orden como Italia, España o Polonia.
Estados Unidos sigue siendo innegablemente la principal potencia del mundo capitalista y ejerce el dominio de la fuerza militar. Pero tal hegemonía es disputada, en lo económico por el fortalecimiento de la UE y el Euro, sólo en un principio ya que mientras la FED dicte el valor de la moneda mundial, un incremento del gasto (particularmente canalizado en el gasto militar) puede volver incompetente a Europa a fines de la primera década del siglo XXI. El desarrollo tecnológico de Asia como exportador de bienes, pero fundamentalmente como productores de mano de obra barata de productos de alto valor agregado constituyen un laberinto difícil de sortear para el aparato productivo estadounidense. La consolidación de potencias nucleares como China, Corea del Norte, India, Pakistán e Irán, junto con la recuperación de Rusia son desafíos de otra índole.


[1] Pozzi, Pablo y Nigra, Fabio, Huellas imperiales, Imago Mundi, Bs. As., 2003, p. 477.
[2] Appy, Christian G., Vietnam:  una guerra de clases, en Pozzi, Pablo y Negra, Fabio, Huellas Imperiales, Imago Mundi, Bs. As. 2003.
[3] Bowles, Samuel; Gordon, David y Weisskopf Thomas, La economía del despilfarro, Alianza Universidad, s/f, p. 150.
[4] Elevados índices de inflación junto a un creciente desempleo.
[5] Zinn, Howard, La década de 1970: ¿todo bajo control?, en Pozzi, Pablo y Nigra, Fabio, Huellas Imperiales, Imago Mundi, Bs. As., 2003, p. 398-399.
[6] Dorado, Analía I., La ofensiva Tet, visiones encontradas, en Pozzi, Pablo y Nigra, Fabio, Huellas Imperiales, Imago Mundi, Bs. As., 2003, p. 450.
[7] Conflicto entre Israel contra las fuerzas de Egipto y Siria.
[8] Organización de Países Exportadores de Petróleo.
[9] El FSLN fue fundado en 1962 y en 1979 derrocó al dictador Anastasio Somoza.
[10] Zinn, Howard, La década de 1970: ¿todo bajo control?, en Pozzi, Pablo y Nigra, Fabio, Huellas Imperiales, Imago Mundi, Bs. As., 2003, p. 387.
[11] Acuerdo de limitación nuclear entre las potencias.
[12] Guerra de Baja Intensidad (GBI).
[13] Dixon, Marlene, Jonas, Susanne, Revolución e intervención en Centroamérica, s/d, p. 358.
[14] Los trabajadores participan en “equipos” en los cuales una variedad de tareas son rotadas entre los integrantes del grupo, suplantando a los de trabajadores especializados que efectuaban las correcciones en la línea de montaje.
[15] En 1981los gastos sociales sufrieron un recorte de 140.000 millones de dólares.
[16] Marchas por los derechos feministas, derechos homosexuales, reclamos sociales, etc.
[17] El total de controladores aéreos del gremio es de 17.000 miembros.
[18] Professional Air Traffic Controllers Organization.
[19] Durante la presidencia de Bush (padre) se admitió que gran parte de los bancos hipotecarios estaban en la quiebra.
[20] Appy, Christian G., op. cit., p. 439.
[21] El día que asumió la presidencia (20/01/81) 44 estadounidenses son tomados como rehenes en Irán; 01/09/83: cazas Mig soviéticos derriban un avión de línea surcoreano; 23/10/83: 200 marines mueren en ataque suicida en el Líbano.
[22] Morley, Morris y Petras, James, La administración Clinton, s/d.
[23] Pozzi, Pablo, La clase obrera norteamericana en la era post Reagan, en Pozzi, Pablo y Nigra, Fabio, Huellas Imperiales Imago Mundi, Bs. As., 2003, p. 577-579.,
[24] Morris, Morley y Petras, James, La administración Clinton, s/d.
[25] Indice bursátil de las corporaciones tecnológicas e informáticas en Nueva York.
[26] Dow Jones Industrial Average: promedio de las corporaciones industriales de Wall Street.
[27] Bloomberg es la principal agencia de noticias bursátiles, www.bloomberg.com
[28] Pozzi, Pablo, De la Guerra del Golfo al imperialismo, en Pozzi, Pablo y Nigra, Fabio, Huellas Imperiales, Imago Mundo, Bs. As., 2003, p. 594.

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